Hace no tanto tiempo, sólo unos cuantos puñados de décadas, la ciudad era asediada por piratas. Robaron las joyas de las damas y los adornos de las iglesias, incendiaron lo que pudieron, se llevaron lo que quisieron, hasta las mujeres. Entonces la ciudad edificó varios fortines, entre ellos, uno río abajo, en el delta del Guayas, llamado Punta de Piedras.
Era un fortín amurallado entre las piedras y dotado de cañones, para hacer frente a los piratas. Era el primer punto de defensa de la ciudad contra los atracadores, muchos de ellos, piratas financiados por la monarquía europea de aquel entonces.
Mientras me encontraba trabajando en el libro “Guayaquil, Historias a Color” me tropecé con una foto de este lugar e hice un primer intento de colorizarla. En ese entonces no hubo consenso suficiente para incluirla en el libro, pero algún rato la terminaré de colorear y la publicaré por aquí. Claro, se trata de una visión algo más moderna, pero centenaria de todos modos, aún se aprecian los cañones, seguramente de 1910 o 1920. Veamos su versión blanco y negro, tomada del archivo del INPC.
Volvió a mi mente este lugar ancestral por dos razones más –aparte de la foto anterior. La primera es que comencé a leer una de aquellas crónicas antiguas de aventureros que navegaban por el Guayas (sí, sí, hay varias) y la otra es que me encontré con un artículo de Diario Expreso que relata el abandono y olvido del lugar en la actualidad. A veces pienso que cuando a uno se le atraviesa un tema repetidamente es por algo, así que por eso comencé a escribir estas líneas.
Durante el siglo XIX, el transporte fluvial sobre el Guayas era mucho más activo. Embarcaciones pasaban todo el día transportando personas, ganado, cacao, víveres, mercadería y muchas cosas más. Flotas de vapores hacían recorridos desde Guayaquil hasta otros puntos de la costa o incluso hacia Perú o Colombia. En ciertas paradas los viajeros aprovechaban para deleitarse de las delicias gastronómicas locales y así entretener el aparato digestivo durante el viaje. Así es que me topé con un párrafo interesante en el libro Riquezas Peruanas de 1884.
Por lo visto era un plato delicioso, seguramente por el tamaño y frescor de las ostras, aparte de una yuquita frita en su punto. Creo que me dio hambre. Algún rato tomo una lancha y voy a ver qué quedó del lugar y de las ostras.