Tuvalu es un pequeño archipiélago en la Polinesia. Su población, de algo más de 10 mil habitantes, no genera ninguna activad económica importante y a pesar de que sus islas corren el riesgo de quedar sumergidas por completo en el océano, producto de la subida del nivel del mar, se dice que es probable que sea el país más feliz del mundo.
Pero para los estándares de occidente, la risa no vale dinero, así que eso no hace la diferencia al momento de calificarlo como uno de los países mas pobres del planeta. Su PIB es de tan sólo algo más de 30 millones de dólares. Muchos fichajes de futbolistas vales más que eso.
En este contexto fue que el Primer Ministro tuvaluano se puso a pensar cómo hacer dinero extra de la nada. No producían ningún bien en grandes cantidades, pero al final del día eran un país y eso cuenta: algo único debían tener que se pueda exportar.
Y esa cosa única tuvo su asidero en la rareza del país. Se dieron cuenta de que no habían estampillas de Tuvalu en el mercado de coleccionistas de estampillas, justamente un mercado plagado de cazadores de rarezas que pagarían un precio alto por tener en sus manos estampillas emitidas por un país prácticamente desconocido.
Y así fue que a finales de los años setentas Tuvalu autorizó la impresión de miles de estampillas. Como no había imprenta en Tuvalu apareció un socio inglés (de quien se dice que terminó teniendo el total control sobre la emisión de estampillas del archipiélago) que se encargó de la impresión.
Ya sea por iniciativa de los gobernantes de las islas o por el oscuro socio inglés, alguien se emocionó tanto con esta \”gallina de los huevos de oro\” que se le fue la mano. Al poco tiempo ya emitían ediciones de estampillas de diferentes temáticas. Por ejemplo, una famosa (y hermosa) edición coleccionable de estampillas de locomotoras, en un país que no conocía lo que era una locomotora. Estas curiosidades catapultaron las ventas en el círculo de coleccionistas hasta que un día, cegados por el dinero que llovía, tuvieron la mala idea de pasar la delgada línea de lo correcto y comenzaron a introducir deliberadamente errores en las impresiones, pues cayeron en cuenta que las estampillas con errores tenían alto valor… y de este modo se imprimieron algunas letras en el lugar incorrecto, otras de cabeza, unas volteadas y así, se inventaron cuantos errores pudieron hasta que se saturó el mercado de falsos errores.
Cerca de 14 mil errores deliberados fueron introducidos y como siempre pasa en los negocios oscuros, el socio de Tuvalu (el inglés Clive Feigenbaum) quiso más dinero del pactado y terminó abriendo un caso contra el archipiélago en las cortes inglesas.
Todo este asunto de vender estampillas se convirtió en una importante fuente de ingreso para las islas. Un negocio que actualmente se ha reducido a muy poco o casi nada. En el transcurso de casi 3 décadas de sellos postales se produjo de todo, estampillas irrelevantes, de poca calidad, pero también autenticas obras de arte como aquellas incluidas en la colección Locomotive Philatelica, dedicada a locomotoras de todo el mundo y que el magnate inglés hizo en sociedad con varias islas exóticas y lugares casi desconocidos.
Para que el lector no se quede con la curiosidad de cómo lucían estas colecciones, compartiré algunas fotografías.