Por: Santiago Duque Arias
Hacia 1930 corrió por todo el país la noticia que el mar estaba echando doblones de oro en las playas de Mar Bravo cercanas a Salinas, donde hoy se levanta la Base Naval.
Entonces el sitio era desierto y venteado, una brisa marina envolvía el ambiente y los pescadores evitaban sus playas por considerarlas de grave peligrosidad. Los buques que hacían cabotaje desde Guayaquil pasaban lo más lejos posible para no encallar en sus traicioneras rocas y las pocas familias guayaquileñas que invernaban por los contornos se cuidaban mucho de frecuentar la región; pero con la novedad de las monedas, en un dos por tres la región cobró vida y hasta se levantaban carpas para dormir y ser los primeros en bajar a las playas a hurgar las famosas monedas coloniales.
Pepe Viteri fue uno de los más entusiastas pues había visto algunos doblones en poder de don Primo Díaz en la fábrica de hielo “La Polar”, única que existía en la península y también quería tener en sus manos las tan ansiadas piezas de metal, que según anunciaban los periódicos provenían de un gran tesoro que transportaba la fragata “Leocadia”, cuando por los vientos y las olas encrespadas había naufragado cerca de las costas de Mar Bravo.
Así pues, también llevó su carpa y se estuvo con otros aventureros varios días, buscando y buscando, hasta que halló tres monedas de la época de Carlos IV, Rex Hispanorum, iguales a las que había palpado en Salinas. Feliz con su hallazgo emprendió el regreso, pero en mitad del camino fue asaltado y murió de una certera puñalada. Nunca se encontraron sus monedas que se perdieron con los asesinos. Sus amigos de aventura llevaron pocas horas después el cadáver a la estación del ferrocarril y la familia concurrió a recibirlo en la actual ciudadela Ferroviaria, donde su novia Carmela lo abrazó, como solía hacerlo siempre que se despedían.
Un año después Carmela se animó a conocer el sitio donde había muerto Pepe y pidió a sus padres que la llevaran a Salinas, pues quería depositar unas flores en Mar Bravo. Al principio trataron de explicarle que mejor era olvidar el asunto pero viendo la insistencia de su parte terminaron por acceder a sus deseos. Bien es cierto que se trataba de una chica resuelta, que cuando se le ponía algo en la cabeza no desmayaba hasta hacerlo.
Llegados a Salinas se alojaron en el Hotel Tívoli y al día siguiente empezó la marcha a Mar Bravo. Carmela portaba un ramo de rosas de la Sierra que había adquirido en Guayaquil y casi desde el comienzo fue arrojándolas de una en una, a la vera del caminito que la llevaba a cumplir su destino; claro está que esto último nadie lo sabía.
Cuando llegaron a las rocas, se detuvo y quiso que le indiquen el sitio exacto donde su amado Pepe había buscado las monedas y entonces, sin que nadie pudiera sujetarla, se lanzó al vacío y se estrelló al caer, muriendo de contado.
Desde ese día dicen los cholos playeros dicen que no es bueno pasear por la zona, sobre todo si se lo hace en compañía del ser amado, porque unos brazos mortales jalan con fuerza hacia el mar; y que no han sido pocos los novios que se han estrellado y muerto, pues el club que iniciaran Pepe y Carmela aumentará mucho más hasta la consumación a los siglos, en amorosa unión de las almas de un asesinado y una suicida.
Otros pescadores relatan que de tarde en tarde se ve algo así como dos sombras que más que caminar se deslizan unidas por las playas y luego se internan en el mar plomizo y bravo, desapareciendo por momentos para reaparecer después; que estas visiones acarrean mala suerte y que quien las ve debe persignarse y huir.