
Hace poco me encontré releyendo el famoso artículo de 1950 de Alan Turing, “Computing Machinery and Intelligence”, y no pude evitar pensar en cómo han cambiado las cosas. En esa época, la idea de una máquina conversando con un humano era pura ciencia ficción. Hoy, es algo que hacemos para pedir una pizza o quejarme por un paquete perdido.
Durante décadas, el Test de Turing fue el “Santo Grial” de la inteligencia artificial. Si una máquina lograba pasarlo, se suponía que habíamos llegado a la cúspide. Pero, ¿qué pasa cuando el examen se vuelve demasiado fácil para el alumno?
Hoy vamos a hablar de qué es realmente este test, cómo la IA moderna le ha pasado por encima (y ni se ha despeinado), y por qué los científicos ya no lo consideran la vara de medir definitiva.
¿En qué consiste el “Juego de la Imitación”?
Para entender por qué ya no es un desafío, primero hay que entender la genialidad simple de su diseño. Alan Turing propuso lo que él llamó el “Juego de la Imitación”.
Imaginen tres habitaciones cerradas.
- En una hay un hombre.
- En la otra, una mujer.
- En la tercera, un interrogador que debe descubrir quién es quién basándose solo en notas escritas (o chat de texto, en términos modernos).
Turing propuso cambiar a uno de los participantes por una máquina. Si el interrogador, después de una charla de 5 minutos, no puede distinguir cuál es el humano y cuál es la computadora, entonces la máquina ha pasado la prueba.
La premisa es fascinante: no importa si la máquina “piensa” realmente, importa si puede actuar indistinguiblemente de un humano.
El día que un “niño ucraniano” rompió el test
Muchos creen que el Test de Turing fue superado recién con la llegada de ChatGPT, pero la historia tiene un matiz curioso. En 2014, un chatbot llamado Eugene Goostman logró convencer al 33% de los jueces de la Royal Society de Londres de que era humano.
¿El truco? Sus programadores fueron muy astutos. No intentaron crear una superinteligencia; crearon un personaje. Eugene simulaba ser un niño ucraniano de 13 años.
Cada vez que el bot no entendía una pregunta o respondía algo sin sentido, los jueces pensaban: “Bueno, es un niño y el inglés no es su primer idioma”. Eugene no pasó el test por ser inteligente, lo pasó por explotar nuestros propios sesgos y empatía. Fue un triunfo de la ingeniería social, no de la conciencia artificial.
Por qué ya no es un desafío para la IA moderna
Llegamos al presente. Con modelos de lenguaje masivos (LLMs) como GPT-4, Claude o Gemini, el Test de Turing se ha vuelto, paradójicamente, irrelevante. Y aquí les doy tres razones de peso:
1. La IA es “demasiado” inteligente Para pasar el test hoy en día, las IAs a menudo tienen que ser programadas para ser más tontas. Si le preguntas a una IA la raíz cuadrada de 48593 y te responde en 0.001 segundos con 10 decimales, sabes que es una máquina. Para “engañarte”, la IA tendría que fingir que está calculando, demorarse un poco, o incluso equivocarse a propósito.
2. El test mide el engaño, no la inteligencia El objetivo de Turing era filosófico, pero en la práctica, el test premia la capacidad de mentir. Una IA que pasa el test es experta en parecer humana, lo cual incluye titubear, usar muletillas o inventar datos. ¿Realmente queremos que el estándar de oro de la IA sea su capacidad para engañarnos?
3. La barra ha subido Hoy en día, que una máquina escriba un poema o sostenga una charla casual ya no nos impresiona. Lo damos por hecho. El desafío actual ya no es la imitación superficial (el “parecer”), sino el razonamiento profundo, la consistencia factual y la capacidad de actuar en el mundo físico.
¿Qué viene después?
El Test de Turing ha cumplido su ciclo. Fue una herramienta vital para inspirar el desarrollo de la informática, pero hoy necesitamos nuevas métricas. Científicos como Gary Marcus o instituciones como el Instituto Santa Fe están proponiendo pruebas de “comprensión real”, donde la IA no solo debe repetir patrones estadísticos, sino demostrar que entiende la física del mundo o la lógica de causa y efecto.
Estamos entrando en una era donde ya no nos preguntamos si la máquina parece humana. Ahora la pregunta es: ¿es la máquina un socio confiable para la humanidad? Y esa, amigos, es una pregunta mucho más difícil de responder que el juego de imitación de 1950.

