Hace un par de meses estuve de paso en el aeropuerto de Santiago de Chile y mientras esperaba mi vuelo sentado en la sala de embarque noté que alguien, a lo lejos, me hacía de la mano. No supe quién era pero por cortesía respondí levantando también mi mano mientras ponía una cara de “un gusto verlo”, que debe haber lucido más a “quién es usted!?”.
Pasé todo el vuelo de regreso a Guayaquil tratando de descubrir la identidad del personaje. Lo más mortificante era que la cara se me hacía conocida.
Debido a que me encontraba haciendo escala (en tránsito) de un vuelo desde Buenos Aires comencé a barajar la posibilidad de haberlo conocido en dicha ciudad, pero no recordaba nada que me permitiera descubrir su identidad.
Vale la pena mencionar que no es común, al menos para mi, encontrar a un conocido en un aeropuerto de una ciudad lejana así que se me ocurrió que a lo mejor lo conocí en el vuelo de ida, pero de nuevo no pude relacionar la cara con ningún recuerdo.
Supongo que muchos habrán tenido aquella sensación de tener un nombre en la punta de la lengua… Pues así anduve yo durante los días posteriores al viaje, hasta que supongo que inconscientemente decidí rendirme y dejar este asunto para “misterios sin resolver”. Un amigo una vez me dijo que en estas situaciones era mejor no tratar de recordar y que el cerebro, con suerte, se encarga de acomodar las cosas por sí mismo. Nunca me convenció esa teoría pero terminé pensando que era lo mejor en esta situación. Para qué darle más vueltas al asunto.
Habrán pasado al menos unas cuatro semanas, cuando una tarde salí de mi casa y vi a mi vecino (que vive a 3 casas de la mía) subiéndose a su vehículo. Inmediatamente lo reconocí, era el sujeto del aeropuerto, mi vecino! Cómo podía ser yo tan bobo para no haberlo reconocido en el aeropuerto!
Luego de la alegría de haber finalmente resuelto el acertijo comencé a sentirme algo apenado por haberlo saludado un tanto fríamente en el aeropuerto. Tampoco es que éramos amigos de toda una vida, pero al menos lo saludaba cordialmente cada vez que lo veía y habíamos conversado brevemente en alguna ocasión.
Toda esta situación me llevó a reflexionar acerca de la manera en que funciona nuestra mente cuando trata de reconocer un objeto o un personaje. Parece acertado suponer que las conclusiones a las que llega nuestro cerebro dependen del contexto en el que nos encontramos. Así fue como pude reconocer a mi vecino casi inmediatamente cuando lo vi en mi barrio, pero me fue muy difícil reconocerlo en el aeropuerto de Santiago.
Recuerdo hace algún tiempo haber leído en una revista acerca de un algoritmo de reconocimiento de voz que utilizaba una técnica similar para incrementar su efectividad. El algoritmo en cuestión trataba de relacionar una conversación con un tópico, dependiendo de las palabras empleadas en la conversación. Previamente el algoritmo había “aprendido” la probabilidad de encontrar una determinada palabra en una conversación dependiendo del tópico.
Por ejemplo, es más probable que escuchemos la palabra “altar” si estamos en una iglesia que si estamos en el estadio viendo un partido de fútbol.
En general parece ser una astuta táctica de nuestro cerebro, pero a mi me quedó claro que no siempre ayuda.