La invisibilidad no había sido como él se imaginaba.
Se había vuelto invisible en la noche, mientras dormía. Por eso no se dio cuenta sino hasta la mañana siguiente, cuando se paró legañoso frente al espejo del baño y vio un cepillo de dientes hamaquearse de un lado para el otro sobre el aire invisible.
Quedó pasmado, emocionado, no estaba aterrorizado ni ofuscado. Sonrió. Lo supo porque sintió arrugarse su cara con una transparente sonrisa.
Ahora que era invisible, salió a la calle corriendo de contento. Se divirtió tropezando transeúntes distraídos, que no lo podían ver; se distrajo orinando con su chorrito invisible los árboles del parque; se metió corriendo a la heladería de la esquina y les apagó la luz sin que nadie lo agarrara; desordenó los precios de los productos en el supermercado y se coló sin pagar en tres autobuses de transporte público. Se mataba de la risa, se tapaba la boca para ahogar la carcajada.
Pasó un día increíble, no era él mismo, era el hombre invisible más feliz del mundo!
Pero, ahora que hago memoria… no era la primera vez que se había vuelto invisible. Ya de chico le había pasado una vez y había hecho asustar a su madre, quien con suerte le logro asestar un escobazo en la cabeza. De allí, cuando ya recuperó su visibilidad, lo llevaron a la clínica para cogerle puntos… A partir de ese día fue que su mamá se aficionó a darle de escobazos. “A ver si sientes esta escoba invisible” le decía.
Pero en este nuevo periodo de invisibilidad adulta, ya con más uso de razón, se puso a pensar en qué hacer con su inverosímil don. Podía hacerse famoso y le pagarían por salir en comerciales de televisión –bueno, cuando se lo pudiese ver–, o podía ser un héroe anónimo y hacer justicia donde otros no pueden. Su identidad permanecería escondida detrás de un sobrenombre, así como lo habían hecho con bastante acierto Batman o Superman. Y de algún modo sería famoso, pero una fama menos corruptora y en pro de un fin más noble. Sí… eso le gustaba más!!!
Así pasó Arturo el resto de sus días, bajo el etéreo traje del Hombre Invisible. Haciendo el bien como el super héroe más anónimo que ha existido, pues no se puede ser más anónimo que cuando se es invisible.
Lo malo es que al final del día siempre sintió el triste vacío que se siente cuando uno es ignorado, pero eran los gajes del oficio y él lo sabía.
El día que murió, nadie extrañó al Hombre Invisible, no porque fuera invisible, sino porque a nadie le interesaba lo suficiente… al final de cuentas, toda la vida habían ignorado al Loco Arturo, el Hombre Invisible del barrio.