Un buen día desperté temprano, salí por la ventana y me subí al primer árbol que vi. No había viento y el chismorreo de la hojarasca se detuvo por completo. Una calma de ojo de huracán lo invadió todo, de repente. En cierto momento, el silencio era insoportable, hasta que me escuché a mi mismo. Allí, escarbando en esa nada silenciosa, comencé a notar el susurrar de mis latidos, el sonido gutural de mis digestiones, la áspera brisa de mi respiración.
Escuché con atención y percibí un sonido como de beso cada vez que pestañeaba… y sonreí. Sonreí otra vez. Lo supe porque escuché el crujido de mis labios mientras se movían, muecamente. Después me di cuenta que siempre supe reconocer mis sonidos orgánicos; a lo mejor lo supe hasta antes de nacer, mientras flotaba en esa otra nada acuosa, invadida de sonidos que lo iluminaban todo.
La luz! a lo mejor fue la luz, pensé. La luz que vi al nacer fue lo que me distrajo de aquel génesis sonoro que ahora distingo. La magia de la luz, ese arcoíris luminoso que maravilla pero que a veces también se convierte en una gran luminotecnia confusora, confundidora, confusa… que hace que todos los demás sentidos parezcan accesorios, sobrantes.
Así que, cerré los ojos, huyendo de los filudos rayos luminosos y me dejé llevar por la música que fluía de mi mismo, prominente, en la oscuridad absoluta… hasta que sentí que todo yo era un torrente de fluidos que producían sonidos chisgueteantes, fluidos confinados dentro de finísimas mangueras conectadas unas con otras en una telaraña. Un revoltijo tubular, que recorría mi cerebro y bajaba hasta mis pies, llevando humedad a todo mi cuerpo. Yo, era un yo de agua.
Me encontraba ya extasiado, imaginando que era líquido, nadando en un insalobre mar infinito, entretenido entre sonidos acuosos, como de arroyo invernal, como de mar, como de lluvia… cuando el atarvante de mi primo Juanito Javier me despertó.
Lo vi con odio al principio, porque me despertó para discutir sus banalidades de siempre: que si había escuchado la última contratación para la delantera del Barcelona, me dijo. Lo ignoré como siempre lo ignoro cuando viene con sus idioteces e intenté dormir nuevamente, intentando retomar aquel maravilloso sueño licuado.
Pensé en agua, pensé en mar, pensé en arroyito invernal, hasta que escuché el grito estridente de mi primo… “Jajajaja… Este bobazo se ha meado dormido!!!“